16/3/16

En casa de unos amigos

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Los domingos están hechos para las reuniones con los amigos. Un maravilloso sol de marzo, un inmedible deseo de compartir y las ganas de mostrar orgullosamente el inmenso trabajo realizado por los usuarios del Centro Ocupacional "El Molino" y la Fundación Aldaba fueron ingredientes suficientes para que los integrantes del Proyecto INVOLVE sintiéramos crecer la alegría de las manos voluntarias de nuestras camisetas.



     -¿Nos hacemos una foto, Naira?
 
     -Se lo tengo que decir a mi chico –contestó ella.

     -¿A ti qué te parece, Pablo? –pregunté entonces.

     Y, a modo de respuesta, haciendo aún más grande su inabarcable y perenne sonrisa, Pablo acopló a la perfección su cabeza en el hombro de Naira para posar. Después, quizá como una certificación de que la fotografía había salido bien, se abrazaron y besaron sin que existiera aire de por medio. Como ha de ser.

     La cuestión de la relación entre Naira y Pablo ya había quedado clara horas antes cuando, en el invernadero y entre brotes de lechuga, ella nos anunció públicamente su compromiso. En realidad, creo que lo que quería era decirnos a los chicos que lo sentía, pero que no estaba libre y a las chicas que ni se les ocurriera acercarse a su Pablo. Algo que corroboró Pascal mirándome de reojo, como en una confidencia, "Sí, es su chico", me dijo, mientras me cogía por el hombro y me daba instrucciones para abrir o cerrar el riego de los plantones ya preparados.

     Momentos más tarde, mientras me ponía el casco de jinete, José se rió con ganas cuando le conté que mi única experiencia con un caballo aún la guardaba en la memoria de mi trasero, que se estampó cuando no pude aguantar el trote que inició sin mi permiso la yegua en la que estaba subido y caí desde la silla al suelo tras un corto vuelo.

     -No te preocupes, Flamenca es muy buena -me dijo-. No te vas a caer. Y a mí me hace caso.

     Estaba en buenas manos, por lo tanto. Sólo debía despreocuparme y disfrutar del paseo por el picadero y de sus explicaciones acerca de por qué todavía no se podía montar a Hulk, "Está aprendiendo. Lleva poco tiempo con nosotros" o los cuidados que necesitaba Wendy, que ya está viejecita.

     -Ahora vais a la granja. Tenemos un cerdo nuevo -me comentó sonriendo tras descabalgar-. ¿A que Flamenca es muy buena?

     -Tenías toda la razón. Muchas gracias, José. Eres todo un experto -respondí. Y mis palabras parecieron enorgullecerle.

     Y allí estaba el cerdo. Junto a los burros, las gallinas, los gallos, los faisanes y el pavo real. Una auténtica granja de animales que, tratados con cariño y mimo, probablemente sintieran la libertad que se respiraba por todos los rincones del Centro. ¡Había tanto que ver, tanto que disfrutar! Y el tiempo empezaba a volar... Corriendo entramos en el taller de conservas para encontrarnos con unas magníficas cocineras que hacía rato aguardaban nuestra llegada. Nuestra misión: ayudarlas a envasar su deliciosa mermelada de calabaza. Y entre bote y bote, Noelia me contó lo mucho que le gustaba que su hermana estuviera trabajando en un hospital de Irlanda pero que, quizá, más que eso, lo que verdaderamente le gustaba eran los Backstreet Boys. Y, claro, como una cosa lleva a la otra, en un instante estábamos todos cantando Everybody en un  hispanoescocés impecable.

     La mirada suave de Noelia, su risa especial... son inolvidables. Me quedé atrás cuando mi grupo inició el camino hacia el huerto, el abrazo de despedida con Noelia fue prolongado...

     Del invernadero al Huerto de Dulcinea, pues todo queda en casa. Los plantones diminutos que ya han enraizado han de ir a la tierra. Y allí que fuimos, a obedecer las órdenes de nuestros jefes hortelanos dirigiendo la plantación de cebollas y lechugas. Mientras excavaba entre las piedras recordé lo que acababa de ver escrito, y dibujado, en una de las puertas del Centro: “Planta tus sueños y crecerán días felices”. Aquí se plantaban alimentos de muchos tipos, y los del alma eran los más abundantes.

     La última escala de este extraordinario viaje fue la más enriquecedora para los sentidos. Suaves texturas y delicadas fragancias nos esperaban en el taller de artesanía. Fabricar jabones es tarea que parece sencilla, pero que esconde trucos que Ana se encargó de explicar magníficamente. Sólo con sus conocimientos y las indicaciones y consejos de Olga me fue posible elaborar con éxito una pequeña remesa de corazones púrpura con olor a rosas. 

     Cuando visitas a unos amigos y estos te reciben en su casa como lo hicieron los chicos y chicas de la Fundación Aldaba, sólo es posible sentirse alguien especial. Cuando crees que dar las gracias por cada atención recibida es un gesto que se evidencia claramente insuficiente, sólo es posible callar y dejar que la elocuencia del silencio muestre la admiración por el trabajo y la amistad entregada por Naira, Pablo, Pascal, José, Noelia, Ana, Olga y tantos otros usuarios y usuarias que, junto a sus monitores y terapeutas, hacen una familia ejemplar. Aunque sea insuficiente... gracias. 


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