29/12/16

La muerte de la luz






Nuestra inmensa pequeñez se reconoce en un último destello, justo antes de la muerte de la luz. Creemos caminar como faros armados de piernas, como vigías de nuestra propia senda iluminando pasos hacia un incierto horizonte. Pero olvidamos la fragilidad de nuestros quebradizos tobillos, expuestos a golpes que no sabemos prever. Y en los tropiezos, el foco luminoso se tambalea.

     Somos adictos a los calendarios, a poner un tiempo a las cosas y a los sucesos. Pero es el tiempo el que nos otorga un lugar de residencia, un espacio en el que todo está, en el que todo permanece, al que volvemos de la misma forma que intentamos hacerlo cuando estamos en la periferia del cuerpo amado. Con premura, con urgencia, extrayendo el recuerdo secuestrado en la memoria para intentar recrearlo. El tiempo quizá sea uno, pero nada es igual.

    Durante este almanaque que nos acota las evocaciones y que va a pasar su hoja definitiva en breve, el faro se nos ha hecho inestable muchas veces. Se nos han muerto luces del recuerdo, que no del pasado, con las que aún nos alumbrábamos. Y eso entristece. Y eso no tiene tiempo.



No entres dócil en esa buena noche,
la vejez debería arder y enfurecerse al concluir el día;
enfurecerse, enfurecerse contra la muerte de la luz.

Aunque al llegar su fin los sabios sepan que la oscuridad es justa,
ya que sus palabras no desviaron el relámpago
no entran dóciles en esa buena noche.

Los hombres buenos, por ser los últimos, al lamentar lo mucho
que podrían haber brillado sus obras frágiles
se enfurecen, se enfurecen contra la muerte de la luz.

Los hombres salvajes, que capturaron al sol al vuelo y lo cantaron
y que aprenden, tarde, que entristecieron su camino
no entran dóciles en esa buena noche.

Los hombres graves, moribundos, que ven con ojos cegados
que los ojos ciegos podrían arder como meteoros y ser dichosos,
se enfurecen, se enfurecen contra la muerte de la luz.

Y tú, padre mío, desde tu altura triste,
maldice, bendíceme ahora con tus lágrimas feroces, te lo pido.
No entres dócil en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete contra la muerte de la luz.


Dylan Thomas